Cuando recién había cumplido 10 años, un profesor del colegió me invitó a participar en un taller que él dictaba a alumnos mayores. Se trataba de hacer fotos considerando a la fotografía como herramienta social. Aunque yo no sabía bien de qué me estaba hablando, me decidí a participar. Para eso, le pedí prestada a mi mamá su cámara fotográfica, una Kodak Retina II, que me entregó con mucho cariño y con dos rollos en blanco y negro.
Mientras participaba de este grupo y bajo la luz roja del laboratorio, entre los olores del fijador y de los ácidos, surgió en mí una pasión que dura hasta hoy, más de cinco décadas después. En la fotografía había encontrado definitivamente mi medio de expresión. Más adelante, con una cámara Leica M, pasaba las tardes en el laboratorio del colegio. Y allí me fui formando lentamente en lo que soy aun hoy en día: un fotógrafo documentalista que busca intervenir en procesos sociales usando imágenes.
Años después, cuando estaba por cumplir 18 años, en 1968, me presenté para estudiar en la Staatliche Fachakademie für Fotodesign (un instituto estatal de diseño fotográfico), que queda en Múnich. Para hacerlo, envié una secuencia de imágenes de internos del hospital psiquiátrico donde mi hermano menor, que sufría de esquizofrenia severa, era internado cuando no lograba manejarse en el mundo real. Fue entonces que comencé a estudiar fotografía de forma oficial.
Durante ese mismo año, viví el movimiento estudiantil que ocurrió en Múnich y también en París y en muchos otros lugares de Europa y de Estados Unidos. En esos tiempos incluso la Iglesia católica realizó cambios a su interior, que se tradujeron en el II Concilio Vaticano II, realizado entre 1962 y 1965, y luego nació la Teología de la Liberación en Medellín en 1968.
Ese movimiento estudiantil y los cambios en la Iglesia católica tuvieron curiosas coincidencias con mi vida. Por un lado, llegando al Perú en 1978, que me encontrara en Cusco tanto con representantes de esta tendencia como con dirigentes del movimiento popular organizado por partidos revolucionarios de izquierda. Por otro lado, que años más tarde trabajara con la revista alemana Der Spiegel, vocera del levantamiento estudiantil de Alemania en el tiempo de mis estudios en Múnich. Esta doble militancia, en la fotografía documental y en procesos sociales a favor del cambio sigue atrapando mis convicciones hasta hoy.
Desde que llegué al Perú, a fines de los años 1970, he vivido décadas convulsionadas. Inicialmente en la accidentada búsqueda de revolución por parte de la izquierda y luego debido al terrorismo del grupo Sendero Luminoso –de extrema izquierda– y al terrorismo del Estado llevado a cabo por las Fuerzas Armadas. Entre los grupos violentistas y las fuerzas del ejército y la policía se mató a cerca de setenta mil personas, además de reportarse cotidianamente casos de tortura y personas desaparecidas, la mayor parte indígenas, quechuahablantes, miembros de comunidades nativas ashaninka y dirigentes de partidos legales de izquierda.
Mientras tanto, el Estado se debatía entre precarios experimentos democráticos –pero con sistemas autocráticos, como el fujimorismo– y la implementación de erráticas políticas económicas de diseño neoliberal, al mismo tiempo que entraba en una vorágine de corrupción. Todo esto debilitó las instituciones políticas y sociales. La crisis moral y social que resultó de esto subsiste hasta hoy en día.
Sin embargo, o al mismo tiempo, los años transcurridos entre 1980 y 2017 han sido los de mayor utilidad para mi forma de hacer y usar la fotografía. Esta forma de comunicación ha ayudado a reafirmar y empoderar a los ciudadanos y ciudadanas en sus identidades socioculturales y en sus convicciones políticas en medio del caos y la violencia, especialmente hasta el año 2005.
En este proceso, tuve la suerte de trabajar casi siempre directamente con quienes recibían las imágenes, sin negociar con medios intermediarios. Esto permitió que la fotografía se entienda y se use como herramienta, como un “arma” en los procesos de cambios sociales. En los proyectos realizados, nunca trabajé solo: tanto los procesos de comunicación como sus resultados fueron la meta de equipos, de colectivos de diferentes disciplinas, teniendo a la fotografía como medio.
Durante los diez años que trabajé con Der Spiegel en América Latina tuve la gran suerte de que a sus editores les interesara la gente real más que la ficción. Así, al “realismo mágico” latinoamericano no hubo que traducirlo en complicadas creaciones visuales para el publico alemán, porque la simple realidad latinoamericana es mágica. En esta década, tuve además la suerte de conocer casi toda América Latina al lado de grandes periodistas y excelentes personas.
Durante los años difíciles y en el régimen autocrático de Fujimori en el Perú, los partidos de izquierda y los movimientos populares organizados, incluso la Teología de la Liberación, perdieron su vigencia. Junto a las políticas de libre mercado, llegaron a dominar al Estado pensamientos radicalmente conservadores, de manera que cada vez lo empequeñecían más. Este Estado, entonces, ya no se abastecía para un país grande y complejo como es el Perú y cuya población estaba en crecimiento rápido.
Todo esto no fue una buena preparación para la etapa actual, iniciada con el nuevo siglo, en la que se vive una coyuntura mundial que consume las materias primas producidas en regiones como América Latina, lo cual tiene un costo social muy alto a través del boom de la minería, las maderas tropicales, la agroexportación, la producción de harina de pescado y de todo lo que se deja vender y explotar con mucha informalidad y apoyándose en una alta corrupción al interior del Estado.