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La gente de La Araucanía

 

En 1993, el equipo del Deutscher Entwicklungsdienst, DED, de la Cooperación Alemana, me invitó a realizar la documentación del bosque y sus pobladores en la Región de La Araucanía en Chile. Sus integrantes son amigos míos de larga data, pues por razones de seguridad habían dejado el Perú hacía poco y se incorporaron al trabajo en Chile.

Esto fue durante el Gobierno de Transición de Patricio Aylwin, que tuvo la difícil tarea de reconstruir la democracia en Chile, después de los 17 largos años de la dictadura de Augusto Pinochet. El trabajo del DED se enfocó, entre otros aspectos, en la justicia y el desarrollo del pueblo Mapuche en La Araucanía y en el manejo sostenible del bosque del sur de Chile, un bioma único, hermoso y milenario.

Fue recién en el año 1882 cuando se logró la integración del territorio de la actual Región de La Araucanía al territorio chileno como consecuencia de la llamada “Pacificación de la Araucanía” de 1881. Este proceso no fue otra cosa que un verdadero genocidio en contra del pueblo Mapuche, genocidio perpetrado por el Ejército Chileno, que no solo diezmó gran parte de la población, sino que también le expropió millones de hectáreas de las mejores tierras. Como consecuencia, a finales del siglo XIX llegaron a la región 36,000 migrantes europeos, muchos de ellos alemanes, pero también suizos, italianos, españoles y otros, y posteriormente unos 100,000 chilenos. Así se logró penetrar el Chile al sur del río Biobío y con ello iniciar un largo conflicto por la propiedad de las tierras. Ni los incas, ni los españoles durante la Colonia habían logrado realmente asentarse en la zona.

Ya en el siglo XIX, se inició en Lota el cultivo de especies exóticas de árboles, como el eucalipto y el pino, por tener muy buenas propiedades para la construcción de socavones en las minas de carbón. Lota era entonces el último lugar donde era posible abastecer a las embarcaciones a vapor con combustible antes de iniciar el viaje por el Cabo de Hornos.

Más tarde, a partir de mediados del siglo XX, estos cultivos forestales aumentaron enormemente y se comenzó a amenazar a las comunidades mapuche en el sur y a los colonos chileno-europeos que vivían principalmente del bosque y de la agricultura y ganadería a pequeña escala. Luego, entre los años 1962 y 1973, se lleva a cabo una Reforma Agraria en Chile que a finales del gobierno de Salvador Allende ya había expropiado alrededor de seis millones de hectáreas a favor de comunidades y pequeños propietarios en todo el país. Esta fue una respuesta a un agro extensivo y muy ineficiente, con grandes extensiones de tierras en pocas manos.

Posteriormente, durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), fueron arrebatados millones de hectáreas de tierras y de bosque nativos que se entregaron a grandes empresarios y familias amigas del régimen de gobierno. El modelo forestal chileno contaba con grandes subvenciones y facilidades tributarias para la llamada sustitución del bosque nativo por monocultivos masivos de especies maderables exóticas, como el eucalipto y el pino. Esto implicaba la tala rasa de grandes extensiones de bosque nativo que sustentaban la vida de los pueblos mapuche en favor de la exportación de madera y principalmente de fibra de madera para la fabricación de pulpa de papel. Hasta el momento son más de 2.5 millones de hectáreas que han sido así transformadas.

El pueblo Mapuche vive en y del bosque, y su cultura esencialmente está unida a un bosque saludable, donde árboles milenarios, como la araucaria, pueden llegar a 5,000 años de vida y la también milenaria araucaria brinda el piñón, su fruto, que es el principal alimento de las comunidades mapuche. Entonces, con el proceso descrito, la población indígena entra en una situación de extrema pobreza y se ve obligada a trabajar para las grandes compañías de madera, muchas en manos de extranjeros, como obreros de la destrucción de lo que es sagrado para ellos: el bosque.

Los Mapuche nunca han cedido en su resistencia, pero el régimen de Pinochet era muy poderoso e inescrupuloso. Fue recién con el regreso a la democracia, durante el gobierno de Patricio Aylwin, que surgió una ley creando la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena, Conadi, que busca remediar esta acumulación de injusticias y barbaridades y también los daños ecológicos, pues los cultivos de especies tropicales están causando severos problemas con el agua en las comunidades y las ciudades en sus cercanías.

La Conadi, apoyada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, y la Cooperación Alemana, GTZ y DED, iniciaron en 1993 un programa de recuperación de tierras y bosques mapuche, comprando predios arrebatados a las comunidades para su devolución. Esto fue acompañado de procesos diversos de capacitación y de mejoras en salud y educación, entre otras medidas. También intervino la Corporación Nacional Forestal, Conaf, en protección de los más de trece millones de hectáreas de bosques nativos aun intactos, introduciendo el concepto de manejo sostenible.

Fue en este contexto que pude viajar por La Araucanía y documentar la belleza del bosque y la difícil vida de los pueblos mapuche, y también de los colonos europeos, que se han estancado en el tiempo. Encontré allí familias enteras que hablan alemán, pero al estilo del siglo XIX.

Aquí presento algunas imágenes de estos viajes. Imágenes que circularon por Chile, en exposiciones en Santiago, Temuco y Puerto Montt y también en muchas publicaciones y medios masivos, para explicar algo que en el Chile postdictadura todavía pocos querían ver: que sigue la pauperización de los pueblos mapuche y que es una forma moderna de exterminación.

La Conadi ha hecho un trabajo muy positivo, pero con las limitaciones de la burocracia estatal. Hubo exitosos esfuerzos de profesionalizar a los jóvenes mapuche, aunque no sin la esperanza de que con ello dejaran su identidad cultural y se incorporaran en la sociedad dominante. Sin embargo, esto no ha ocurrido en gran medida. Ellos son ahora profesionales, intelectuales, profesores, pero con una clara identidad mapuche… y la resistencia contra el dominio sigue. Su reclamo ya no es hacia la Conadi, sino hacia un Estado moderno que debe reconocer los territorios mapuche arrebatados a sangre y fuego desde hace siglos.

En 1999, el corresponsal de la revista alemana Der Spiegel, Jens Güsing, y yo, tuvimos la oportunidad de compartir con dirigentes mapuche su nueva visión de lucha y observar la llamada “Intifada Mapuche”, un movimiento que hasta hoy reclama la autonomía de los territorios Mapuche. Es una lucha criminalizada por parte del Estado, pues la exportación de madera y sus productos derivados, como la fibra y pulpa de papel, ya tiene el segundo lugar en el PBI chileno, después de la minería. ¿La sociedad chilena algún día reconocerá el gran valor que aporta la cultura Mapuche a su país?