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La comunidad Q’ero

A doscientos kilómetros de Cusco, tras un viaje de dos días en caballo desde Paucartambo, se llega a la comunidad campesina Hatun Q’ero. Sus integrantes han sido reconocidos como guardianes de la cultura quechua, pues, gracias a su aislamiento geográfico y social, esta comunidad recibió escasa influencia de la cultura europea durante la etapa colonial. Incluso actualmente, en Q’ero se encuentran muchos vestigios del mundo precolombino.

Pero en las décadas de 1970 y 1980, eran pocas las personas que tenían el privilegio de conocer realmente a los pobladores de Q’ero. Existía en aquella época una muy nutrida tradición oral y ellos usaban tecnologías que habían desarrollado cientos de años atrás. También la agrobiodiversidad era más andina, con muchas variedades de quinua, papas nativas y maíz.

Los Q’ero vivían prácticamente aislados y se autoabastecían respecto a todas sus necesidades. Por ejemplo, tenían su propia medicina tradicional, practicada por curanderos y chamanes; sus sofisticados tejidos en base a producción lanera propia; su cultivo de alimentos abarcando varios pisos ecológicos: puna, quechua y ceja de selva, produciendo maíz y frutales entre 1,800 y 2,500 metros sobre el nivel del mar.

Estos habitantes andinos, para llegar a la selva, usaban un camino inca que antiguamente comunicaba con las tierras de los indígenas amazónicos Yine, en el valle de Kosñipata. Sin duda, la geografía en la zona permite una fácil comunicación entre los altos Andes y la Amazonía y se cree que en otros tiempos había un intercambio nutrido de productos, lo cual se aprecia tanto en las narraciones de los Q’ero como en las ilustraciones de sus tejidos.

Esta relación con la Amazonía cercana –la región que los incas llamaban el Anti– fomentó desde hace mucho tiempo la idea de que los Q’ero son los guardianes de la mítica ciudad del Paititi, cuya ubicación se sospecha en territorio de los Yine. El mito del Paititi tiene relación con el mito de Inkarri –o Inca Rey–, que es parte importante de las narraciones Q’ero y en lo fundamental consiste en la idea de que el último inca, Túpac Amaru I, fue decapitado en 1572 por los españoles y que su cabeza descansa en algún lugar de Cusco, donde se levantará lentamente para reunirse con su cuerpo y hacer que retorne el Tawantinsuyu. Esta imagen mítica probablemente data de 1780, al final del levantamiento de Túpac Amaru II, que marcó el inicio de la resistencia pasiva en el sur andino, lo cual tiene aspectos mesiánicos influenciados por la Iglesia católica.

 

Mi esposa Helga y yo vivimos en Q’ero entre 1979 y 1980 con el antropólogo cusqueño Óscar Núñez del Prado. Nuestros objetivos eran grabar la tradición oral, aprender de los chamanes sobre el mundo quechua y vincular este “momento interior” de la comunidad con el “momento social y exterior” en fotografías. Durante este proceso, cristalizó mucho la consciencia de los Q’ero sobre su situación como guardianes de un mundo cultural y espiritual, el mundo quechua, que en otros sitios ya se había perdido, pues la antigua tradición andina parecía entonces carecer de sentido en un mundo que estaba sincretizándose con el de Occidente. Se llamaron entonces incas o indígenas y ya no campesinos, como había impuesto la Reforma Agraria de fines de los años 1960.

En este momento desde el Cusco se vivía una etapa de nuevo reconocimiento de la importancia de pobladores andinos como los Q’ero. Así fue que pudimos realizar un importante número de publicaciones con antropólogos como Juan Ossio, el Centro Bartolomé de las Casas (CBC), el Instituto de Pastoral Andina (IPA) y también en medios de prensa locales e internacionales.

Pero el impacto más importante y masivo fue la difusión de imágenes en una época de Cusco en la cual había muy pocas fotografías del mundo quechua real. Lo poco que existía mostraba personas miserables y sucias, indios mendigos, como único vestigio del gran imperio inca. En ese momento todavía no se había abierto al mundo y tampoco al Cusco el archivo del afamado fotógrafo Martín Chambi (1891-1973), que desarrolló la mayor parte de su obra en el Cusco.

A través de publicaciones, tarjetas postales –que vendían niños de la calle–, afiches y exposiciones, se llegó a reforzar la identificación del indio andino con el mundo quechua que los Q’ero mantenían en forma tan especial por su aislamiento. A ello se sumó después un archivo histórico de fotografías muy importante establecido en el CBC en Cusco.

A partir de esto, años después, en la década de 1990, surgiría la renovación de lo quechua en el Cusco, con el alcalde Daniel Estrada, el Qosqoruna, y un movimiento parecido al indigenismo romántico de los años 1930.

A nivel internacional también hubo un impacto importante, sobre todo en el mundo germanoparlante, a través de las dos ediciones del libro Kinder der Mitte de la editorial Lamuv, que promovió el mundo Q’ero como el centro de la sabiduría quechua en los Andes peruanos.

Hoy los habitantes Q’ero son un factor importante en el misticismo internacional y en el turismo místico en el Cusco. Sus sacerdotes y chamanes trabajan con métodos a veces poco tradicionales en la comunidad e incluso en los Andes, como las sesiones de ayahuasca y los cánticos de la selva. Mientras tanto, en la comunidad, a pesar de que los pobladores Q’ero ya no viven asilados, que hay carreteras que llevan a su territorio y que muchos de ellos trabajan en turismo en el Cusco, ellos mantienen sus tradiciones bastante intactas. Tan es así que en el año 2007 el Ministerio de Cultura declaró a la comunidad Q’ero como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional del Perú.

Para más información, se puede ver:

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